Hace poco minutos zafé de una colisión frontal. Circulando por viaje Ruta 9, en Escobar, veo que al Ford Falcon que estaba a sólo 400 metros viniendo hacia mí por la mano contraria, se le abre el capot, volviendo completamente nula la visión para su conductor.
El hombre no volanteó, no pego una frenada, no hizo nada brusco. Sencillamente desaceleró. Lo miré de ventanilla a ventanilla -él con la cabeza un poco afuera para ver dónde parar- y no vi rastros de pánico en su rostro. Ya por el retrovisor, pude observar cómo tranquilamente se bajaba del coche y cubría nuevamente el motor sorpresivamente descubierto.
Sin embargo, me parece que la sorpresa y el temor fueron sólo míos. Un impacto frontal a 60 km/h contra una carrocería antigua sin deformación programada como la del Falcón podría haber terminado por lo menos con un paseo en ambulancia.
¿Cuál es el grado de locura para elegir salir con un coche en esas condiciones? ¿Dónde están los controles? Ese asesino en potencia y tantísimos otros, de a montones se cuentan los coches tuertos o sin paragolpes, siguen circulando por calles y rutas del conurbano.